La enfermera de la sala de emergencias sufrió un paro cardíaco en la escuela de su hija
Por Genaro C. Armas, ·¬ÇÑÊÓƵ News
Laura Rodríguez se sintió mareada después de dejar a su hija de cinco años para uno de sus primeros días de kindergarten.
Entonces comenzó a sudar mientras caminaba por los pasillos de la escuela primaria en Arlington, Texas. Esto no tenía sentido. No era ansiedad por la separación.
Rodríguez tenía planes de correr por el parque que estaba al cruzar la calle. Pero no podía sacarse de encima lo que fuera que la hacía sentirse mal. Una maestra que pasaba le preguntó si se sentía bien y al final la llevó a ver a la enfermera de la escuela.
"No me siento muy bien", le dijo Rodríguez a la enfermera, Vicki Taft. "Me pregunto si podría revisar mi presión arterial".
Era el comienzo del año escolar y Taft estaba sobrellevando una mañana frenética porque los padres estaban entregando los registros médicos. Pero por supuesto, hizo una pausa para examinar a Rodríguez, que tenía 34 años y estaba en buena forma física.
Su presión arterial estaba normal. Pero un oxímetro de pulso mostró un ritmo cardíaco tan errático que Taft pensó que el dispositivo no estaba funcionando.
Taft estaba ayudando a Rodríguez a acomodarse en una cama pediátrica cuando las manos de Rodríguez comenzaron a agarrotarse. El resto de su cuerpo se puso rígido, y sus ojos quedaron en blanco. Taft, una exenfermera de la sala de emergencias en un hospital pediátrico, llamó inmediatamente al 911.
Entonces Rodríguez dejó de respirar. Tenía un paro cardíaco.
Taft comenzó a administrar RCP. Luego que Rodríguez estuvo estable, los paramédicos la llevaron al hospital. De ahí, fue transferida al centro cardíaco de un centro médico cercano, el mismo donde ella trabajaba como enfermera de la sala de emergencias. A pesar de que el ritmo cardíaco de Rodríguez seguía errático, los exámenes no indicaron obstrucciones en sus arterias.
Por último, un examen determinó que el problema provenía de su ventrículo izquierdo, la parte del corazón que bombea la sangre al resto del cuerpo. Algunos días después, los médicos colocaron en su pecho un desfibrilador cardioversor implantable, o ICD por sus siglas en inglés, para monitorear su ritmo cardíaco y, a la primera señal de problemas, aplicar una descarga al corazón para hacerlo regresar a su ritmo normal.
Unas seis semanas después, los médicos determinaron lo que había sucedido. En su torrente sanguíneo había entrado un virus que se había alojado en el ventrículo izquierdo, causando el daño que se anunció a sí mismo mediante el paro cardíaco.
Desde el punto de vista físico, Rodríguez había mejorado. Emocionalmente, su recuperación solo estaba comenzando.
Rodríguez se movía con cautela y a regañadientes. Cuando su hija, Jayla, le pedía jugar o correr afuera, Rodríguez le decía que no porque necesitaba descansar. Rodríguez tenía miedo de que incluso algo tan sencillo como leer en la cama pudiera ser peligroso; ella temía que su corazón dejara de latir si el libro caía sobre su pecho.
Unos ocho meses después de su paro cardíaco, Rodríguez se dio cuenta de que su propia inactividad había limitado a Jayla. Su hija, que antes era activa, ahora quería ver más televisión. Al asimilar esto, Rodríguez pensó, "Dios, dame las fuerzas para vivir por mi hija".
Aunque se sentía más sana, no confiaba en su cuerpo. Fue recuperando la confianza un paso a la vez.
Un día típico significaba que Rodríguez pasaría horas en el sofá luego que su familia la hubiera ayudado a bajar lentamente las escaleras desde su habitación. Cuando ellos regresaban, la ayudaban a subir.
Pero un día, ella subió y bajó las escaleras, para gran sorpresa de su esposo. Otro día, llevó a su hija a comer fuera. Rodríguez comenzó a regresar al gimnasio. Y un día, regresó al trabajo.
El paro cardíaco de Rodríguez ocurrió en agosto de 2006. Esto no solo tuvo un efecto obvio sobre su vida, sino que también influyó sobre la vida de la persona que le salvó la vida, Taft.
"Pienso que ella me hizo ver mi propia mortalidad, que esto podría sucederle a cualquiera", dijo Taft.
Ella se hizo instructora de RCP y ahora es orientadora en temas de salud y bienestar. Además del cambio de carrera, su perspectiva también cambió. Ese encuentro hace más de 16 años ayudó a Taft a estar "segura de que puedo hacer cualquier cosa".
En la actualidad, Rodríguez es gerenta de enfermeras en una sala de emergencias en Dallas. Su hija ahora estudia en la universidad. Rodríguez va al gimnasio con regularidad y tanto a ella como a su esposo les encanta viajar.
Ella quiere compartir su historia para inspirar a otros, y para arrojar luz sobre la importancia de apoyar también a los demás familiares de una persona enferma. Rodríguez dijo que en los 16 años desde que recibió su ICD, el aparato ha enviado una descarga eléctrica a su corazón nueve veces. Cada una es un recordatorio de que tiene un corazón dañado, pero que tiene el equipo necesario para mantenerse viva.
"Quiero ser un recurso, para inspirar a otros sobrevivientes y a sus familias, y mostrar que así es como quieres recomenzar tu vida", dijo Rodríguez. "¿Qué ajustes haces para seguir adelante?".
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